Socorro y su hermana Juliana Olarieta

Socorro Olarieta ingresó en el internado, con nueve años, tras la muerte de su padre Germán Olarieta, que trabajaba como corresponsal del ABC. Allí pasó su infancia y adolescencia, y tras terminar sus estudios universitarios de Magisterio y Pedagogía permaneció en el centro como educadora. Fue una de las primeras seis niñas con las que se empezó la actividad en esta institución, regentada por las religiosas de la Orden de la Sagrada Familia de Nazareth.

¿Cómo supisteis de la existencia del internado de la Fundación Luca de Tena?
 

En casa éramos siete hermanos y cuando murió mi padre unos amigos le hablaron a mi madre de este centro e ingresamos en él. Primero mi hermana Juliana y luego yo. Al principio mi hermana no se adaptaba muy bien pero luego, gracias al cariño y dedicación que recibíamos, nuestra estancia fue muy feliz. Solo puedo decir que he pasado más de media vida vinculada a la Casa de Nazareth y mis sentimientos son de cariño y gratitud. Toda mi familia ha estado muy vinculada a esta institución. Otra de mis hermanas, Dolores, ingresó en la congregación de las Hijas de la Sagrada Familia de Nazareth, estuvo dos años allí como profesora y luego se marchó como misionera a Venezuela.

En el internado pasaban todo el año y sólo volvían a casa en las vacaciones estivales. ¿Cómo transcurría allí vuestra vida, alejadas de vuestras familias?

Evidentemente echábamos de menos a nuestra madre y hermanos, pero las religiosas que llevaban el internado hacían todo lo posible para que nos sintiéramos como si aquella fuera nuestra casa. Éramos como una gran familia, muy unida. Nos trataban con mucho cariño, pero sin descuidar nuestra formación y educación. Querían que estuviéramos preparadas para el futuro. Se fomentaba el estudio y algunas cursaron grados superiores. Para la época era complicado que las mujeres llegarán a la universidad. Yo fui de las primeras del centro que ingresé en Magisterio, lo habitual era hacer Comercio.

Los días pasaban muy rápido. Nos levantábamos, hacíamos nuestras habitaciones, íbamos a Misa, desayunábamos y acudíamos a nuestras clases. Por la tarde, más clases y luego nos reuníamos en la sala de costura.

Son muchos los buenos recuerdos que tengo. Muy entrañables son aquellas Nochebuenas cuando las madres venían a los dormitorios a despertarnos cantando villancicos con la imagen del Niño Jesús en sus brazos y luego acudíamos todas juntas a la Misa del Gallo. O la fiesta que se organizaba el día de Reyes con los regalos. Era como un juego. Nos los escondían y nosotras teníamos que encontrarlos. También pienso muchas veces en mis compañeras con las que pasé tantos años: Esperanza, Mabel, Asunción…

¿Qué nivel de implicación tenía el Patronato de la Fundación Luca de Tena con el internado?

El Patronato seguía muy cerca nuestro desarrollo y formación. A menudo venían a vernos y en Navidad eran ellos los que traían los regalos de Reyes. Además, evaluaban como íbamos con nuestros estudios. ¡Qué nervios teníamos todas cuando en esas fechas nos examinaban! Era un seguimiento constante el que hacían. Se notaba que se preocupaban por nosotras.

En el internado Casa de Nazareth solo se acogía a las hijas y esposas de periodistas que habían fallecido, pero ¿y los chicos? ¿Dónde fueron tus hermanos?

Es verdad, cuando se creó el internado de la Fundación Luca de Tena, el objetivo era ocuparse de las niñas y esposas de periodistas que habían fallecido. Había otro colegio, que estaba muy cerca, el de San Isidoro, que se ocupaba de los chicos y allí fueron mis hermanos. La relación entre ambos centros era muy cercana. Ellos venían a vernos y nosotras, siempre acompañadas, podíamos ir a verlos a ellos. Además, cuando inicié mis estudios de Magisterio, que lo hice con dos compañeras más, nos trasladábamos todos los días a San Isidoro a nuestras clases. En nuestro colegio no se impartían estudios superiores.

¿Qué significó tu paso por la Fundación Luca de Tena?

Yo he pasado en el internado Casa de Nazareth media vida. Primero como estudiante, hasta que termine mis estudios de Magisterio y Pedagogía, y luego como profesora hasta que en 1963 me traslade al Colegio Francisco Arranz, en el que he estado hasta que me he jubilado. Sin embargo, aún después de irme, el espíritu de Nazareth siempre lo he llevado conmigo, he intentado transmitírselo a los demás y dejar un poquito de esa huella que quedó en mí en los chicos que estuvieron a mi cargo en el Colegio Francisco Arranz. A día de hoy, sigo felicitando las Navidades a las monjas de Nazareth y a los miembros de la Fundación Luca de Tena.

No puedo olvidar que en unos momentos en que fueron muy difíciles para mi y mi familia, aquel internado fue como mi segunda casa, y aquellas compañeras y religiosas, fueron mucho más que amigas y educadoras para mí, fueron mi segunda familia.

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